twitter
rss

PARA LA SEMAN DEL LIBRO DE ESTE CURSO 2010/11, SE VAN A HACER UNAS LECTURAS DE PLATERO Y YO POR TARTE DE LO ALUMNOS DEL CENTRO.
LOS CAPITULOS ELEGIDOS SON DEL LIBRO DE PLATERO Y YO CON LAS ILUSTRACIONS DE IDIGORAS Y PACHI, Y SON  LOS SIGUIENTES:


I - PLATERO
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera,
que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los
espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos
de cristal negros.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su
hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y
gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿ Platero ?", y viene a mí con un
trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las
uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su
cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero
fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él,
los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del
campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
- Tien'asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

VI - LA MIGA
Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga,
aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes. Sabrías tanto como el
burro de las Figuras de cera - el amigo de la Sirenita del Mar, que
aparece coronado de flores de trapo, por el cristal que muestra a
ella, rosa toda, carne y oro, en su verde elemento - ; más que el
médico y el cura de Palos, Platero.
Pero, aunque no tienes más que cuatro años, ¡ eres tan
grandote y tan poco fino ! ¿ En qué sillita te ibas a sentar tú, en
qué mesa ibas tú a escribir, qué cartilla ni qué pluma te bastarían,
en qué lugar del corro ibas a cantar, di, el Credo ?
No. Doña Domitila - de hábito de Padre Jesús de Nazareno,
morado todo con el cordón amarillo, igual que Reyes, el
besuguero - , te tendría, a lo mejor, dos horas de rodillas en un
rincón del patio de los plátanos, o te daría con su larga caña seca
en las manos, o se comería la carne de membrillo de tu merienda,
o te pondría un papel ardiendo bajo el rabo y tan coloradas y tan
calientes las orejas como se le ponen al hijo del aperador cuando
va a llover...
No, Platero, no. Vente tú conmigo. Yo te enseñaré las flores
y las estrellas. Y no se reirán de ti como de un niño torpón, ni te
pondrán, cual si fueras lo que ellos llaman un burro, el gorro de los
ojos grandes ribeteados de añil y almagra, como los de las barcas
del río, con dos orejas dobles que las tuyas.

XXX - EL CANARIO VUELA
Un día, el canario verde, no sé cómo ni por qué, voló de su
jaula. Era un canario viejo, recuerdo triste de una muerta, al que
yo no había dado libertad por miedo de que se muriera de hambre
o de frío, o de que se lo comieran los gatos.
Anduvo toda la mañana entre los granados del huerto en el
pino de la puerta, por las lilas. Los niños estuvieron, toda la
mañana también, sentados en la galería, absortos en los breves
vuelos del pajarillo amarillento. Libre, Platero, holgaba junto a los
rosales, jugando con una mariposa.
A la tarde, el canario se vino al tejado de la casa grande, y
allí se quedó largo tiempo, latiendo en el tibio sol que declinaba.
De pronto, y sin saber nadie cómo ni por qué, apareció en la jaula,
otra vez alegre.
¡ Qué alborozo en el jardín ! Los niños saltaban, tocando las
palmas, arrebolados y rientes como auroras; Diana, loca, los
seguía, ladránadole a su propia y riente campanilla; Platero,
contagiado, en un oleaje de carnes de plata, igual que un chivillo,
hacía corvetas, giraba sobre sus patas, en un vals tosco, y
poniéndose en las manos, daba coces al aire claro y suave...

XXXII - LIBERTAD
Llamó mi atención, perdida por las flores de la vereda, un
pajarillo lleno de luz, que, sobre el húmedo prado verde, abría sin
cesar su preso vuelo policromo. Nos acercamos despacio, yo
delante, Platero detrás. Había por allí un bebedero umbrío, y unos
muchachos traidores le tenían puesta una red a los pájaros. El
triste reclamillo se levantaba hasta su pena, llamando, sin querer,
a sus hermanos del cielo.
La mañana era clara, pura, traspasada de azul. Caía del
pinar vecino un leve concierto de trinos exaltados, que venía y se
alejaba, sin irse, en el manso y áureo viento marero que ondulaba
las copas. ¡ Pobre concierto inocente, tan cerca del mal corazón !
Monté en Platero, y, obligándolo con las piernas, subimos, en
un agudo trote, al pinar. En llegando bajo la sombría cúpula
frondosa, batí palmas, canté, grité. Platero, contagiado, rebuznaba
una vez y otra, rudamente. Y los ecos respondían, hondos y
sonoros, como en el fondo de un gran pozo. Los pájaros se fueron
a otro pinar, cantando.
Platero, entre las lejanas maldiciones de los chiquillos
violentos, rozaba su cabezota peluda contra mi corazón, dándome
las gracias hasta lastimarme el pecho.

XXXVII - LA CARRETILLA
En el arroyo grande, que la lluvia había dilatado hasta la viña,
nos encontramos, atascada, una vieja carretilla, perdida toda bajo
su carga de hierba y de naranjas. Una niña, rota y sucia, lloraba
sobre una rueda, queriendo ayudar con el empuje de su pechillo
en flor al borricuelo, más pequeño ¡ ay ! y más flaco que Platero. Y
el borriquillo se despechaba contra el viento, intentando,
inútilmente, arrancar del fango la carreta, al grito sollozante de la
chiquilla. Era vano su esfuerzo, como el de los niños valientes,
como el vuelo de esas brisas cansadas del verano que se caen,
en un desmayo, entre las flores.
Acaricié a Platero y, como puede, lo enganché a la carretilla,
delante del borrico miserable. Le obligué, entonces, con un
cariñoso imperio, y Platero, de un tirón, sacó carretilla y rucio del
atolladero, y les subió la cuesta.
¡ Qué sonreír el de la chiquilla ! Fue como si el sol de la
tarde, que se quebraba, al ponerse entre las nubes de agua, en
amarillos cristales, le encendiese una aurora tras sus tiznadas
lágrimas.
Con su llorosa alegría, me ofreció dos escogidas naranjas,
finas, pesadas, redondas. Las tomé, agradecido, y le di una al
borriquillo débil, como dulce consuelo; otra a Platero, como premio
áureo.

LXI - LA PERRA PARIDA
La perra de que te hablo, Platero, es la de Lobato, el tirador.
Tú la conoces bien, porque la hemos encontrado muchas veces
por el camino de los Llanos... ¿ Te acuerdas ? Aquella dorada y
blanca, como un poniente anubarrado de mayo... Parió cuatro
perritos, y Salud, la lechera, se los llevó a su choza de las Madres
porque se le estaba muriendo un niño y Luis le había dicho que le
diera caldo de perritos. Tú sabes bien lo que hay de la casa de
Lobato al puente de las Madres, por la pasada de las Tablas...
Platero, dicen que la perra anduvo como loca todo aquel día,
entrando y saliendo, asomándose a los caminos, encaramándose
en los vallados, oliendo a la gente... Todavía a la oración la vieron,
junto a la casilla del celador, en los Hornos, aullando tristemente
sobre unos sacos de carbón, contra el ocaso.
Tú sabes bien lo que hay de la calle de Enmedio a la pasada
de las Tablas... Cuatro veces fue y vino la perra durante la noche,
y cada una se trajo a un perrito en la boca, Platero. Y al amanecer,
cuando Lobato abrió su puerta, estaba la perra en un umbral
mirando dulcemente a su amo, con todos los perritos agarrados,
en torpe temblor, a sus tetillas rosadas y llenas...

LXXXI - LA NIÑA CHICA
La niña chica era la gloria de Platero. En cuanto de la veía
venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero
de arroz, llamándolo dengosa: - ¡ Platero, Plateriiillo !- , el asnucho
quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba
loco.
Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, y
le pegaba pataditas, le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella
bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos: o,
cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con
todas las variaciones mimosas de su nombre:- ¡ Platero ! ¡
Platerón ! ¡ Platerillo ! ¡ Platerete ! ¡ Platerucho !
En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río
abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su
delirio, lo llamaba triste: ¡ Plateriiilo !... Desde la casa oscura y
llena de suspiros, se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del
amigo. ¡ Oh estío melancólico !
¡ Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro ! Setiembre, rosa
y oro, como ahora, declinaba. Desde el cementerio ¡ cómo
resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la
gloria !... Volví por las tapias, solo y mustio, entré en la casa por la
puerta del corral y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y
me senté a pensar, con Platero.

XCIV - PINITO
¡ Eese !... ¡ Eese !... ¡ Eese !... ¡ ... maj tonto que Pinitoooo !...
Casi se me había ya olvidado quién era Pinito. Ahora,
Platero, en este sol suave del otoño, que hace de los vallados de
arena roja un incendio mas colorado que caliente, la voz de ese
chiquillo me hace, de pronto, ver venir a nosotros, subiendo la
cuesta con una carga de sarmientos renegridos, al pobre Pinito.
Aparece en mi memoria y se borra otra vez. Apenas puedo
recordarlo. Lo veo, un punto, seco, moreno, ágil, con un resto de
belleza en su sucia fealdad; más, al querer fijar mejor su imagen,
se me escapa todo, como un sueño con la mañana, y ya no sé
tampoco si lo que pensaba era de él... Quizás iba corriendo casi
en cueros por la calle Nueva, en una mañana de agua, apedreado
por los chiquillos; o, en un crepúsculo invernal, tornaba, cabizbajo
y dando tumbos, por las tapias del cementerio viejo, al Molino de
viento, a su cueva sin alquiler, cerca de los perros muertos, de los
montones de basura y con los mendigos forasteros.
- ¡ ...maj tonto que Pinitoooo !... ¡ Eese !...
- ¡ Qué daría yo, Platero, por haber hablado una vez sola con
Pinito ! El pobre murió, según dice la Macaria, de una borrachera,
en casa de Colillas, en la gavia del Castillo, hace ya mucho
tiempo, cuando era yo niño aún, como tú ahora, Platero. Pero ¿
sería tonto ? ¿ Cómo, cómo sería ?
Platero, muerto él sin saber y

CXXXII - LA MUERTE
Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los
ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se
levantara...
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano
arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo
acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico.
El viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca
desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza
congestionada, igual que un péndulo.
- Nada bueno, ¿ eh ?
No sé qué contestó... Que el infeliz se iba... Nada... Que un
dolor... Que no sé qué raíz mala... La tierra, entre la yerba...
A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón
se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y
descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo
de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle
la mano, en una polvorienta tristeza...
Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que
pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella
mariposa de tres colores...

0 comentarios:

Publicar un comentario